El chequeo
Si sos un tipo feliz,
sin temores y sin miedos,
no se te ocurra jamás
hacerte un chequeo.
Ahí te vas a enterar,
sin siquiera suponerlo,
que estás en las diez de última,
aunque te cueste creerlo.
Seguro te van a decir
que te sobran triglicéridos
acompañados de lípidos
sin colesterol del bueno.
Que debido a ateromas
que ellos te van produciendo,
tenés toda la cañería
tapada de medio a medio.
Que pre-anuncia un infarto,
que todo es cuestión de tiempo;
también te puede ocurrir
que te encuentren un bloqueo,
o una elongación de aorta,
que no augura nada bueno,
taquicardia sinusal,
que hay que parar a tiempo,
o una isquemia de cuidado
en el ventrículo izquierdo.
Son enormes las variantes
que puede darte un chequeo,
todo es cuestión del color
del cristal de tu galeno.
Irritación en el recto,
que el intestino delgado
no absorbe los alimentos.
Exceso de fosfatasas
o carencia de anticuerpos,
que puedes tener mareos
por culpa del oído medio,
enfisema pulmonar,
insuficiencia renal,
inflamación del duodeno...
Y hasta te pueden decir,
aunque no entiendas un bledo,
de una falla en el ácido
desoxirribonucléico.
Y aunque te sientas fenómeno,
y se lo expliques al médico,
tenés que aceptarlo todo,
porque lo dice el chequeo.
Lo que más te va a asombrar,
a pesar de ser un lego,
es la gran similitud
de todos los tratamientos.
Al margen, claro está,
de tantos medicamentos,
una dieta hiposódica,
andar kilómetro y medio,
nada de carnes rojas,
ni embutidos y ni quesos,
sí, pescado bien hervido,
y pollo, pero sin cuero.
Tendrás que decirle adiós
a tus grandes compañeros:
el whisky y el cigarrillo,
y hasta al cafecito negro.
Pero lo que más te va a doler,
es que antes del chequeo
vos te sentías tarzán,
poco menos que un potrillo,
y estás listo para el jonca
si no lo tomás en serio.
Por eso, querido amigo,
a aconsejarte me atrevo:
si sos un tipo feliz,
sin temores y sin miedos,
no se te ocurra jamás
hacerte un buen chequeo.