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El feminismo, crítica y aplausos


Desde hace varios años ha ido cobrando fuerza el movimiento feminista, a veces con exageraciones que rayan en la impertinencia, pero en la mayoría de los casos con un intenso clamor por la justicia y el respeto.

La Organización Nacional de Mujeres (NOW), de la que fue una de sus fundadoras la escritora Betty Friedan, es una institución que ha promovido los intereses de la mujer norteamericana, habilitándola para que luchara por superar las limitaciones que en el pasado le imponía la sociedad; pero al mismo tiempo ha servido de sombrilla bajo la cual se han producido excesos divisionistas. Tenemos, por ejemplo, a Mary Daly, una feminista radical que rechaza la encarnación de Dios en Jesucristo porque no acepta que «un hombre pueda ser redentor de una mujer».

Una de las expresiones que recordamos de Betty Friedan es muy interesante: «Cuando una mujer deja de conformarse a la imagen convencional de la feminidad, empieza definidamente a disfrutar el ser una mujer». Aunque no concordemos con la filosofía global de la señora Friedan, creemos que sus esfuerzos por revindicar la identidad americana de la mujer han arrojado positivos resultados para la sociedad en general.

Hoy vamos a referirnos a una tendencia del feminismo radical que se relaciona con el uso tradicional y normal del lenguaje. Hace algunos años surgió, entre mujeres de mentalidad liberal, el proyecto de publicar La Biblia eximiéndola de lo que llamaban «lenguaje sexista». Objetaban el que se llamara Padre a Dios, y llegaron hasta a cambiar las palabras iniciales de la oración modelo, en la que pretendieron utilizar la expresión: «Padre y Madre que estás en los cielos». Sobre el tema, una teóloga feminista de perfil moderado, Rosemary Radford Ruether, afirmaba que «más allá de la divinidad, lo crucial en Jesucristo no es su masculinidad, sino su humanidad...».

Identificar el «sexismo» en el idioma es tarea que nos lleva de lo sublime a lo ridículo. Yo creo que el género en las palabras es asunto estrictamente gramatical y no tiene por qué asociarse con prejuicios que nos conducen a ver discriminación donde no la hay. El lenguaje de La Biblia no pretende ser ofensivo para la identidad femenina. Objetar que se llame Padre a Dios y definir la encarnación humana de Jesucristo como una exaltación de la masculinidad, es una forma erróneamente radicalizada de analizar la Palabra divina.

La «feminización» del idioma nos lleva a casos que a más de curiosos, incluyen un ingrediente humorístico. Por ejemplo, ¿qué debiéramos hacer con nombres femeninos como Amparo, Socorro, y Consuelo entre otros?

Y siguiendo en la misma línea, ¿no sería razonable que los hombres protestáramos por algunos vocablos con desinencias aparentemente femeninas que aceptamos sin ofrecer reparos? Un hombre es patriota, poeta, terapeuta y siquiatra, y no por eso se siente discriminado.

Yo, por ejemplo, soy optimista, y algunos creen que hasta soy periodista, y no faltan los que me llaman analista. De veras que sería insoportable que nos llamaran optimisto, periodisto y analisto. El punto que queremos exponer queda claro en los términos mencionados. El idioma es como es, y en español, no ya en inglés, el género se expresa de forma evidente, pero sin ser necesariamente ofensivo o divisivo.

Hoy día las mujeres han escalado alturas en la sociedad que son impresionantes, y no tan sólo en el campo profesional, sino también en el ámbito obrero y en el espacio doméstico. ¿Quién no ha visto a una dama trepada a un poste eléctrico empatando cables o conduciendo un inmenso camión de entregas a domicilio? La época en que a la mujer se le vedaban ciertos trabajos calificados como aptos exclusivamente para hombres ha pasado. Es muy común ver a mujeres con altas posiciones ejecutivas en empresas de renombre, y saberlas dueñas de negocios y corporaciones de profunda solidez económica.

En los campos de la enseñanza, de la medicina, el derecho y de las entidades empresariales, las mujeres del siglo XXI marchan a la par que los hombres, y a veces unos cuantos pasos delante de ellos. En la política abundan las mujeres talentosas en todos los niveles. Ocupan escaños en el Congreso, desempeñan importantes funciones en el gobierno federal y en los estados son gobernadoras y fuerza influyente en todas las estructuras de la administración pública.

«Al dejar atrás la adolescencia, comencé a experimentar en carne propia y en todos los niveles de la iglesia, un trato desigual... por el simple hecho de ser mujer», afirma con evidente dolor la escritora y pastora presbiteriana Magdalena I. García, de la ciudad de Chicago, en uno de sus libros. Y tiene razón la distinguida «clériga» y uso sin acogerme a las leyes del idioma, un vocablo al que me complazco en concederle una desinencia femenina. Por muchos años en todas las iglesias de corte evangélico o protestante a las mujeres se les negó el derecho a la ordenación pastoral. Sin embargo, hoy día, sin la presencia de las mujeres en nuestros púlpitos, muchas iglesias estarían inmersas en una crisis disolutiva de impensables proporciones. La Iglesia Católica Romana ha debatido el tema de la ordenación de mujeres ya por algunos años, y aunque no se han llegado a las conclusiones esperadas, muchos líderes reconocidos consideran que algún día llegarán. Hay que reconocer, no obstante, que en esta mayoritaria entidad cristiana las mujeres han escalado también posiciones de importancia reconocida.

En fin, que estamos plenamente de acuerdo en reconocer y respaldar los derechos de la mujer a la igualdad religiosa y socioeconómica. Lamentamos que todavía en muchos países del mundo la mujer siga siendo sometida a tratos discriminatorios, abusivos y degradantes. Las mujeres norteamericanas constituyen para todas las mujeres de Asia, África y América Latina, un reto y un ejemplo. Cuando hablamos de que la democracia debe desarrollarse plenamente en todas las naciones, tenemos en cuenta que es este sistema de gobierno el que más contribuye a la reivindicación de los derechos legítimos de la mujer.

Aunque el escenario del que dispongo no amplifique mi voz para que llegue a las mujeres que han entendido el feminismo como si se tratara de una guerra en contra de los hombres, algo que es innecesario y estéril, quiero terminar este sencillo trabajo con dos breves reflexiones.

Simone De Beauvoir produjo una frase genial: «la mujer no nace, se hace». Creemos en el poder de la mujer para desbaratar obstáculos, superar limitaciones y escalar alturas. En nuestra vida, ya cargada de experiencias, hemos observado con satisfacción el ascenso prestigioso de la mujer en todas las dimensiones, en especial en la iglesia, institución a la que a menudo le cuesta trabajo desembarazarse del polvo de la historia.

Pero resentimos los excesos que a veces se cometen en nombre de una causa justa que debe dedicarse a lo esencial y no a lo cosmético. A las mujeres «liberadas», e insertamos la palabra entre comillas, pues no a todas las agrada el calificativo, les sugerimos que dejen La Biblia como es, a Dios como lo conocemos y a Jesús como nos ha sido presentado. Y, sobre todo, que no etiqueten a los hombres como opositores. Muchos de nosotros nos unimos a las mujeres en espíritu de igualdad genuina, para trabajar y luchar por un mundo mejor.

Rev. Martín N. Añorga