La Anunciación
El ángel había titubeado, el peso del futuro que ya conocía le cayó en los hombros.
El ángel, asombrado aún, le puso la mano sobre un brazo; ella sintió una leve presión, pero no vio a nadie.
El ángel meditaba.
Cómo decirle a esta doncella que el hijo que iba a tener era del Altísimo.
Cómo explicarle que ese mismo Padre, lo dejaría morir en una cruz.
Cómo insinuarle que ese hijo, cuando fuera adulto, iniciaría en tres años un movimiento filosófico que duraría miles de ellos.
Pero cómo aclararle que eso lo haría Él por amor a quienes en reciprocidad lo matarían.
Cómo hacerle entender que ella misma sería causa de un culto a su maternidad divina.
Cómo decírselo para que esta bendición pareciera eso, y no una maldición, por el sufrimiento que traía implícito.
Y, sintiéndose impotente para decir otra cosa, empezó:
«Dios te salve, María...»