La sonrisa
Siempre va con la moda. Nunca la encontrarás en rebajas. Como regalo jamás decepciona. Ahí la tienes, en el escaparate del mundo. La llaman sonrisa.
Detente un momento y fíjate en ella, ¿no te fascina? ¿A que te arranca una sana envidia?
La encuentras por todas partes, al abrir una revista, al encender la televisión o al entrar a una tienda. ¿No has sentido nunca el deseo de lucir una sonrisa igual?
Me refiero a la sonrisa espontánea, dulce y sincera. Porque hay sonrisas y sonrisas. Unos sonríen en la tele para anunciar una marca de dentífrico, y muestran unos dientes brillantes y blancos. No sé cuánto tiempo se habrán pasado para ensayar la sonrisa. Otros te sonríen cuando te reciben en el mostrador de una tienda o de un bar para ganar tu benevolencia y sacarte algún billetillo más. Otros para evitarse problemas y ratos de ensayo se ponen un maquillaje: los payasos del circo. Pero ¡quién sabe qué rostro se oculta detrás de la careta!
En cambio la sonrisa sincera y natural, ¡menuda tarjeta de presentación! ¿No crees? Tiene una fuerza mágica para hacer amistades, para consolar al amigo, para curar las heridas y las penas del prójimo, para lanzar un salvavidas a quien se ahoga. Sonreír a alguien es ofrecerle el mejor regalo.
Pero esta sonrisa no tiene precio, amigo. No se hereda, ni se alquila, ni se compra; se conquista. Por eso no todos saben sonreír. Sólo las sonrisas postizas se encuentran en venta y en rebajas de primavera.
La sonrisa auténtica se conquista con mucho amor, paciencia, equilibrio interior, paz del alma y tranquilidad de conciencia. Por mucho que busques y preguntes, no la encontrarás en las estanterías del Corte Inglés.
Si quieres lucir una sonrisa sincera, espontánea y refrescante, prueba al acostarte cada noche con la conciencia tranquila, en «On» y no en «Off».