La tumba que nadie atendía
El día era hermoso mientras paseaba mirando las tumbas del camino, hasta que vi esa cruz lamentable, toda astillada y descolorida.
Con flores en la mano para la tumba de papá, sabía que debía pasar de largo, pero no pude menos que detenerme ante esa cruz abandonada.
La fecha tallada confirmó mis sospechas de lo que ya intuía. Un niño yacía bajo esa horrible cruz con su desvaído color azul.
Qué padres egoístas deben haber sido para enterrar a su hijo tan solito. Sin flores o velas que iluminen la noche, ni siquiera con una lápida sencilla.
Miré más de cerca esa cruz desagradable que casi estaba partida en dos, y en la parte trasera leí las palabras que para siempre me hicieron cambiar.
«Esta cruz no es gran cosa, pero la hice yo, de modo que sabrás, hijo mío, cuánto te quiero. Es color azul en recuerdo de ti, y de la pena que me da no estar aquí, que seas tú el que murió y yo el que vive, mientras tu vida joven se acabó. Y me he quedado solo, para siempre, sin hogar y una tumba que me duele cuidar.»
Las lágrimas me inundaron cuando miré alrededor hacia los monumentos a los que esa cruz rota avergonzaba. Y compartí con los padres la pérdida terrible que los sumió en un dolor tan perdurable.
Y todas las tumbas, algunas más altas que yo, de pronto me parecieron pequeñitas junto a esa pequeña cruz tallada con amor y las flores que puse en su honor.