Lo que queda del crepúsculo
Una cita en el aeropuerto de una ciudad del mundo. Las siete de la tarde de un día muy frío. Y tú y yo... Con timidez, tomándonos de la mano con un golpeteo acelerado del corazón y los ojos en los ojos... escrutándonos, bebiéndonos, diciéndonos todo lo que no pudimos decirnos.
El camarero, sirviéndonos un café... el aroma delicioso invadiendo ese espacio que se hace nuestro, sólo nuestro.
Tu mirada me conmueve, tu piel me acaricia.
Todo es como me imaginaba. El encuentro tiene el mejor condimento: la magia de tu cercanía, el resplandor de la tarde en tus ojos, el color violeta del crepúsculo.
La tarde se va como una nube y arrugo las servilletas de papel con mis dedos temblorosos mientras tú bebes otro café y otro... y otro y otro. No nos hablamos todavía, y quisiera gritar tu nombre de pura felicidad y se me queda dormido en la garganta...
Mi amor, -me dices-, eres como te soñé, y mucho más, y me besas la mano con tus labios tibios y me estremezco pensando en el milagro de un beso en mis labios, de los tuyos... con aroma a cerezas.
Lo que queda del crepúsculo es un arco iris que se corre por todo el cielo escribiendo nuestros nombres, y una música celestial nos consagra a esa hora del amor anticipando las horas que nos esperan...
A ti y a mí en el beso eterno del amor más sublime: el amor de dos personas de regreso de la vida inaugurando un sueño inesperado.
Te amo, me amas, nos amamos, y el atardecer es un rojo vino que nos bebemos de un sorbo...