Mujeres alteradas
Una mujer alterada no es una loca.
Una mujer alterada es una persona que está cambiando. Y creo que fue Borges quien dijo que los únicos que nunca cambian son los tontos y los muertos.
Si bien es cierto que una cosa es sufrir un cambio, y otra muy distinta es hacérselo sufrir a otros, convengamos que uno cambia cuando no soporta más lo que le pasa, por mucho que les pese a los que no puedan soportarlo.
Así, la que hasta ayer te esperaba despierta, te cambia la cerradura; la que te esperaba dormida, se compra portaligas; la que veía siete telenovelas, se anota en siete cursos; la que manejaba una empresa, se quiere ir a vivir en carpa; la que cuidaba a la suegra como a una madre, la interna en un geriátrico; la flaca se pone hecha una vaca y la gorda baja veinte kilos.
En el medio, te van tratando de «pirada», insatisfecha, ciclotímica, inmadura, egoísta y por supuesto, del peor de los insultos: feminista.
Pero no todo es negro: muchos de nuestros cambios son recibidos con gran alegría por aquellos que nos rodean, como nuestro nuevo marido o nuestro viejo analista. Y no fue fácil para nosotras las mujeres descubrir que teníamos derecho a cambiar. Por largo tiempo pensamos que lo mejor hubiera sido ser otra. Hoy, que sabemos que hasta la más superada se come las uñas, estamos más contentas con nosotras mismas, cambiando lo que no nos gusta, y no sólo los pañales o el rouge. Y lo logramos.
En estos últimos años las mujeres cambiamos mucho. Antes, sólo estábamos obsesionadas por conseguir un marido. Ahora, además, estamos estresadas por exigirnos logros profesionales, trastornadas por la culpa que nos provoca la maternidad y desesperadas por combatir la celulitis...
¿Alterada? ¡Sí! ¡Y a mucha honra!