Pájaros vivos
A veces la gente me pregunta por qué le tengo miedo a la muerte. Y el interrogante me da vueltas por dentro, ata y desata nudos en largas noches azules de ojos abiertos como los de los peces. Vos me entendés, mamá. Me entendés, girando entre las rosas, suspendida en el muro de los jazmines, siempre cerca, siempre al alcance de mi voz, nunca visible para nadie.
Vos me entendés, empolvada de tiempo entre los libros, asomándote en coplas a esta vida en la que sí me ven, en la que las manos de los otros pueden tocarme todavía y mis pasos dejan huellas en los pisos de esta casa que me sobrevivirá y tal vez siga albergándome, muda y transparente en los rincones, dentro de los floreros, o detrás de las cabritas de terracota que una amiga amasa para mí, cada tanto.
Y seré como vos ahora; una brisa que abanica las cortinas bordadas, pero que no se atreve a posar su beso sobre la frente de la gente amada.
-Usted le tiene miedo a la muerte, ¿por qué le tiene miedo a la muerte?
Quisiera contestarles que no es exactamente miedo. Es solamente no querer morirme. ¿Usted quiere morirse?, tendría que responderle al que interroga. O si no: «¿Usted entierra a sus muertos para siempre? ¿No los sueña de noche con la sonrisa tibia? ¿No les habla en las tardes mientras acomoda sus papeles; no se les pone cerca en el recuerdo para que no estén tan quietos, tan ausentes, tan sin una delgada cadenita de luz que los amarre al latido y la música?»
Mamá: ¿vos pensabas como ellos? No te hagas la asombrada. No quieras distraerme con este sol magnífico y este olor a pasto recién cortado. ¡Ah..., desconfiada...! ¡Ah..., temerosa pobrecita mía...! Me veías tan pequeña que no creías, tal vez, que iba a tener fuerzas suficientes para traerte en mí, desde mis ocho años tan tristes, hasta ahora, hasta mi hoy, siempre al costado de mi llanto, al costado de mi risa, siempre en el tumultuoso corazón de cada palabra que escribo.
Te turbas..., te estremeces... Yo también me estremezco cuando leo tus coplas.
«Si llego a morirme joven,
no quiero que me empareden,
a flor de tierra ha de serme
la quietud, mucho más leve.»
Y aquella otra, que ahora te desmiento, mamá, que ahora te digo que no, que no es cierto, que nunca será cierto:
«Cuando la voz se me pierda
por el bosque del silencio,
han de helárseme las coplas
igual que pájaros muertos.»
Míralas..., están vivas, están calientes, baten sus alas; en el cuenco de mis manos comen alpiste; a veces beben en las fuentes de las plazas un agua alegre que se parece al canto de los niños; otras, como ahora, beben un llanto lento que baja de mis ojos y lava tu cuidadita pose en los retratos.
Míralas, mamá, son pájaros vivos, de una rara especie que no se extinguirá.
Te lo prometo.
Poldy Bird