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Pequeños regalos de felicidad


La felicidad tiene más de actitudes que de sucesos. Lo que nos hace felices no es lo que nos pasa, sino cómo reaccionamos ante lo que nos ocurre.

Para encontrar, hay que buscar. Si lo que tratamos de hallar es felicidad y gozo, debemos tener presente que ambas cosas se encuentran a través del camino, y no al final del mismo. ¡Hay tanta gente deseosa de sentir que su vida tiene sentido! ¡Hay tanto desencanto en medio del diario vivir!

Tal parece como si ser feliz fuera una cosa imaginaria, sin posibilidades reales. Son muchas las personas que darían lo que no tienen por sentirse felices. Unos intentan comprar alegría en vacaciones sensacionales y comprando joyas. Otros se enredan en las entretelas de la infidelidad creyendo que la seducción de lo prohibido les llenará de sensaciones de alegría.

El otro día una mujer me comentó: «Mis amigas me dicen que deje a mi novio, porque es un pobretón que nada tiene para ofrecerme».

La joven le contestó a sus amigas de la siguiente forma: «Es verdad, mi novio no me regala prendas ni me lleva de viaje, pero me coge la mano y me llama para decirme que me quiere».

Esta expresión tan auténtica de parte de esta joven me parece que revela el contenido mismo de la felicidad. La felicidad se experimenta en las pequeñas cosas. La vemos presente en la mujer embarazada cuyas amigas celebran el nacimiento del bebé como si fueran ellas las que hubieran parido. En la solidaridad que un amigo brinda a otro en momentos difíciles.

Un joven abogado me dijo el otro día: «De mi grupo de estudio fui el único que no pasó el examen de ingreso a la universidad. Me deprimí al recibir los resultados, pero lloré de alegría cuando mis compañeros me dijeron: prepárate, que aunque nosotros ya pasamos la prueba, vamos a ayudarte a estudiar y verás cómo en la próxima oportunidad, apruebas el examen».

Otro suceso que me impactó fue haber visto el otro día en un centro comercial a una pareja besándose con dulzura. Él, un joven bien parecido, ella, una preciosa muchacha que lucía radiante a pesar de su silla de ruedas.

No hay duda de que todo lo que en esta vida vale la pena atesorar, cuesta trabajo, y mucho. De ahí que la felicidad haya que trabajarla. Me refiero a que, para experimentarla, hay que invertir energía y combinar actitudes activas y pasivas en las cuales a veces hay que luchar y, a veces, hay que ceder. Tener un sentido claro de la realidad y evitar vivir con expectativas ilusorias ayuda a que construyamos una interpretación dinámica de la felicidad. Es decir, la certeza de que se puede ser feliz a pesar de los problemas.

Pocas cosas están claras en la vida, y una de ellas es que la felicidad es una responsabilidad personal. Nadie nos la va a regalar. Estoy convencido de que si agarramos el control de nuestras vidas y firmemente decidimos bajar la velocidad con la que vivimos, empezaremos a experimentar más momentos felices. Viva una experiencia a la vez. Deje que la prisa le pase por el lado como una loca; no la agarre de la mano. Regálese la oportunidad de tomarse un cafecito a las tres de la tarde, aunque el mundo esté esperando que usted «lo rescate».

Ángel O. Cintrón Opio