Semana Santa en Lima, Perú
Muchos días anteriores a la gran Semana Santa,
Lima, como que se espanta, poniéndose de colores,
nos inundan los olores, de incienso, mirra y turrón,
regresa la devoción, las palmas, velas y flores.
Los templos se van colmando, ya no hay iglesias vacías,
son casi panaderías, o mercaditos andantes,
todas llenas de ambulantes ofreciendo qué comer,
golosinas por doquier, a miles de caminantes.
Se iluminan con más luz los altares y santuarios,
cola en los confesionarios de fieles por compromiso,
en las pilas de bautizo se acaba el agua bendita,
se busca a la Virgencita, y cuántos milagros hizo.
Multitudes se desplazan por la Lima colonial,
se colma la Catedral, San Francisco y Santa Rosa,
la gente va presurosa de San Pedro a San Marcelo,
con sus plegarias al cielo y a nuestra cruz poderosa.
De la Iglesia Nazarena a la de San Sebastián,
los fieles vienen y van, cumpliendo con su promesa,
se advierte mucha tristeza, no se asoma la esperanza,
oran con desconfianza, resaltando su pobreza.
Otros, de Santo Domingo, se van hasta la Alameda,
allí todavía quedan los rastros del coloniaje,
sus iglesias, su paisaje, la inspiración de Chabuca,
mas otras cosas que educan en este peregrinaje.
El damero de Pizarro, toda la Lima cuadrada,
la tenemos perfumada de anticuchos y pancitas,
más allá, las morenitas, con dulces y ranfañote,
critican al sacerdote por prohibir las velitas.
Después de las siete iglesias, porque deben de ser siete,
la gente se da un banquete, de cuyes y arroz con pato,
en abierto desacato a lo que la iglesia manda,
todo el mundo se desbanda, ya no hay Cristo ni Mulato.
No se acuerdan de la cruz, ni el calvario doloroso,
no hay ayuno, no hay reposo, por nuestro Cristo Señor,
somos el Judas traidor, o aquel irónico Gestas,
que hemos transformado en fiestas, su sufrimiento y dolor.
Eliseo León Pretell