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Buenos días, hermoso luto


Cuando se produce una herida emocional, el cuerpo comienza un proceso tan natural como la curación de una herida física, y hay que dejar que el proceso ocurra. Creer en esta capacidad dará lugar a la curación. Has de saber que el dolor se irá y que, cuando se haya ido, serás más fuerte, más feliz, más sensible y más despierto.

Cuesta toda una vida decirle adiós a muchas cosas. A medida que vayamos viviendo, le diremos adiós a los seres, cosas e ideas queridos. Y al final, le decimos adiós a la vida misma con nuestra muerte. Aprende a decir adiós. Permítete llorar cada pérdida. Lo mismo que con una herida física, el cuerpo tiene su propio ritmo para curarse. El cuerpo te dirá cuándo está curado.

Comprender el proceso de recuperación de una herida emocional es algo valioso (aunque no necesariamente una técnica para acelerar el proceso de recuperación), pero sobre todo es como una garantía para que sepas que, cualquiera que sea la fase en que te encuentres del proceso, todo se desarrolla con normalidad.

Hay tres fases distintas en el proceso de recuperación. Nosotros experimentamos cada una de estas fases independientemente de la pérdida que hayamos sufrido. La única diferencia es la intensidad del sentimiento y la duración. Cuando se trata de una pérdida de poca importancia pasamos por las tres etapas, en cuestión de unos pocos minutos. Pero si se trata de una pérdida muy grande, el proceso de recuperación puede durar años.

La primera fase es la de shock/negación. Nuestro cuerpo y nuestras emociones se vuelven insensibles al dolor. La mente se niega a aceptar la realidad. A menudo, las primeras palabras que proferimos al enterarnos de la pérdida son: «No, no es verdad» o «No, no puede ser».

La segunda fase es la rabia/depresión. La persona o cosa causante de la pérdida nos hace sentir enojados (incluida la persona perdida). A menudo volvemos la rabia en contra nuestra y nos sentimos culpables por lo que hicimos o no (el hecho de querer echarle la culpa a los demás o a nosotros mismos no siempre es racional). La fase depresiva de la pérdida es la tristeza que la acompaña a menudo: las lágrimas, el dolor, la desolación. Tenemos miedo de que nunca más volveremos a querer o a ser queridos.

La tercera fase es la comprensión/aceptación. Nos damos cuenta de que la vida sigue, que la pérdida es algo consubstancial a la vida y que nuestra vida puede y será completa sin la presencia de aquello que se perdió. También nos damos cuenta de que, al vivir las dos primeras etapas de la recuperación, hemos aprendido muchísimo acerca de nosotros mismos, que nos hemos hecho mejores personas por la experiencia que hemos adquirido.

Si no nos damos el tiempo y la libertad necesarios para curarnos, una parte de nuestra capacidad para vivir la vida se congela, se vuelve inservible para los grandes sentimientos que parecen gustarnos tanto: felicidad, alegría, contento, amor, paz. El mecanismo que nos hace sentir la rabia y la depresión es el mismo que nos hace sentir la paz y el amor. Si tú rechazas sentir la rabia y el dolor de una pérdida, no estarás en condiciones de sentir cualquier otra cosa hasta que esa parte que hay en ti que los rechaza se restablezca.

En el pasado, quizá negábamos el dolor que nos producía una pérdida (trabajando horas extra, tomando drogas -entre ellas el tabaco y el alcohol-, realizando otras actividades que crearan adicción, o mediante la fuerza de voluntad pura y simple -«¡No pienso volver a sentirme triste por esto nunca más!»-). Si todo eso es cierto, lo más probable es que las zonas que antaño sufrieron alguna pérdida todavía no se hayan recobrado.

Cuando te abres a un mayor aprendizaje acerca de ti mismo, en todas esas zonas se produce un «deshielo», y todos los sentimientos de tristeza, miedo y rabia afloran a la superficie. Si eso pasa, quiérete lo suficiente como para vivir el proceso de curación que en el pasado no te permitiste tener.

No hace falta que sepas en qué consistió la pérdida (lo más probable es que sea una combinación de varias pérdidas a lo largo de muchos años), basta con que en esta ocasión te dejes curarte a ti mismo. En otras palabras, no te interpongas en tu propio camino. Siéntete mal si quieres sentirte mal. Siente el regocijo también. La curación se está produciendo. Una parte de ti que hasta ahora era inservible está siendo reclamada para que en el futuro pueda vivir la alegría.

A veces una pérdida sin importancia puede desencadenar el dolor de una pérdida anterior que todavía no se ha sanado. Te puedes preguntar, por ejemplo, «¿por qué me ha trastornado tanto el rechazo de esa persona? Pero si acababa de conocerla». A lo mejor todo consiste en que la curación de una vieja amistad que perdiste (alguna que significó mucho para ti) está teniendo lugar.

Melva Colgrove, Harold Bloomfield y P. McWilliams