Carta de un soldado
Esta carta fue hallada en el campo de batalla, dentro del bolsillo de la chaqueta de un soldado; su cuerpo fue encontrado completamente destrozado por una granada.
«Escúchame, Señor, yo nunca he hablado contigo, hoy quiero saludarte. ¿Cómo estás? Tú sabes, siempre me decían que no existías y yo, siendo un tonto, creí que era verdad.
Yo nunca había mirado Tu gran obra, anoche desde el cráter que hizo una granada vi Tu cielo estrellado, y comprendí que había sido engañado. Ahora mis ojos fueron abiertos, y mi corazón también, para recibirte, Jesucristo, como el Salvador de mi alma.
Yo no sé si Tú, Dios, estrecharás mi mano, pero voy a explicarte y me comprenderás... Es bien curioso, en este horrible infierno he encontrado la luz para mirar Tu faz.
Después de esto tengo mucho que decirte, y no tan sólo de saber que existes. Pasada la medianoche habrá ofensiva, pero no temo. Sé que Tú vigilarás. ¿Oyes ya la señal? Bueno, mi Dios, ya debo irme, me encariñé Contigo. Aún quería decirte que, como sabes, habrá lucha cruenta y quizás esta noche llamaré a Tu puerta.
Aunque nunca antes fuimos amigos, ahora sé que me dejarás entrar en Tu reino, porque he aceptado la obra de Tu Hijo Sagrado al morir por mis pecados. Pero si estoy llorando... Ya ves, Dios mío, se me ocurre que ya no soy impío. Bueno, mi Dios, debo irme. Es raro, pero hoy ya no temo a la muerte.»
«La verdad de Dios sólo se puede conocer en absoluto silencio. No sólo el silencio de afuera es necesario, sino también el silencio interior. Si al cerrar tus ojos, tu mente está en silencio, la puerta está abierta para conocer la realidad que te anima a vivir; esa única realidad que llena tu alma de luz y claridad. Sin el silencio, tu alma no tiene claridad, no tiene luz. Sólo en profundo silencio podrás comprender lo que significa todo esto, y, sobre todo, el estar vivo.»