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María de Nazareth, una madre más


No gritó, María no gritó cuando estaba pariendo. Estaba sola en aquel establo, sudada y jadeante. Pero puso a su niño entre sus manos y se lo llevó a la cara para mirarlo, para conocerlo, para amar a aquella parte suya que estaba fuera de ella. Y lo besó...

¿Quién puede describir el primer beso de una madre a su hijo? ¿Quién puede descifrar y revelar el tumulto de emociones, de sentimientos, el arrobamiento, la entrega total? Así fué, dulce y apasionado, el primer beso de María a Jesús. Sus labios acariciaban la carita contraída, el cuerpecito tembloroso sacudido por las primeras respiraciones, por el latido rápido del corazón bajo la piel tensa.

Nada se interpuso nunca en aquel vínculo secreto y profundo, hecho de ternura y ansiedad, de orgullo y de temor, que unió a la madre con su hijo, que une a todas las madres con sus hijos, por siempre, por encima de cualquier dificultad, a pesar de todo, para siempre...

¿Pensó María que aquella criatura había nacido con proyectos sobrenaturales?

Creo que durante sus primeros momentos como madre, María no pensó en destino tan grande. Se abandonó al gozo de los primeros contactos y miró las manitas de Jesús, como hace cualquier madre asombrada por la perfección de los dedos minúsculos, de las uñas frágiles que cortaría ella para que no se hiciera daño, como haría cualquier madre en cualquier lugar del mundo. Y peinó con sus manos sus pelitos, y le sujetó la cabecita, y observó sorprendida el movimiento que hacía subir rítmicamente la superficie de la cabeza, donde está «la ventana de la vida»...

...y María descubrió también la voz, la voz de su hijo al llorar. Sin forma y débil, aquella voz salió de la garganta del niño, en el primer instante después del nacimiento, y llenó todos los rincones del establo. Era el llanto más bello del mundo, así le pareció... como a cualquier madre.

María se embebió de aquella voz, que inundaba todo su ser, y en ese momento supo qué era aquello de «la entrega de la maternidad», y era tan grande el amor que sentía, que supo que un día, por el más grande Amor, tendría que entregarlo a la humanidad...