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Amor con fecha de caducidad


Los romances fugaces, lejos de asociarse con cierta actitud promiscua, actúan como una fuente en la que aplacar la sed de pareja que asalta a los que esperan a su media naranja. Son amores que llegan con fecha de caducidad.

Unos llegan a flechazos, otros llegan a ilusiones, pero después, todos acaban. Son los romances fugaces, las historias pasajeras. De entrada, hombres y mujeres suelen buscar una relación ligera, alguien del otro sexo con quien poder intimar. Pero, en algunas ocasiones, esa relación que se concentra en unos pocos días puede llegar a tal intensidad, que entonces se produce el enamoramiento que, condenado a morir, será recordado por encima de otras historias más duraderas.

Tal es la invasión de ese amor, que el organismo revoluciona simultáneamente al corazón. La ciencia actual atribuye la capacidad de enamorarse a complejas reacciones químicas cerebrales. Así, se activan las feronomas humanas, que aparecen en la saliva al besarse y que producen placer y la oxitocina da rienda suelta a la pasión. La dopamina (la responsable de la ternura), aumenta hasta 7.000 veces su producción cuando se está enamorado; la fenilananina (responsable del entusiasmo) se encarga de bloquear la lógica y la razón. Y como si esto fuera poco, la epinefrina da el empujón final para finalizar las metas propuestas.

Pero la realidad hace acto de aparición. Y es que parece que estas relaciones tienen algo así como una regla implícita: no hay compromiso. La mayoría de los vínculos esporádicos se encaran con mucha liviandad. Porque en vacaciones nada es lo que parece ser. La gente se inventa una personalidad transitoria, que no tiene nada que ver con la que tiene los demás meses del año. Ni siquiera con los compromisos que quiere asumir.

Algunos romances desaparecen al volver a la rutina de la vida cotidiana. Otros, en cambio, pueden desembocar en una relación seria y duradera. ¿Qué es lo que convierte un amor de verano, por definición pasajero, en perdurable en el tiempo? El secreto reside en no ir cargado de expectativas a la búsqueda del príncipe azul, ni tampoco cerrado a nuevos encuentros.

Las vacaciones y, en general, los períodos de asueto son el mejor momento para relajarse, romper con la rutina y las exigencias de los horarios rígidos, hacer cosas que no pueden realizarse durante el resto del año. Todo parece posible, los sentidos se disparan y los condicionantes para conocer nuevas personas y lugares se desvanecen. Por todo ello, resulta mucho más fácil que se produzcan grandes o apasionados enamoramientos, relaciones más o menos efímeras de intensidad y duración variable, pero cuya huella perdura más allá de lo imaginable.

Tanto es así, que quienes han vivido lo que se ha dado en llamar un amor de verano (definición bajo la que se engloban, no sin cierta maliciosidad, todas las relaciones transitorias), lo recuerdan de por vida, entre la nostalgia y la ternura, independientemente de los resultados.

Aunque el enamorarse no entiende de edades, es cierto que los adolescentes son más vulnerables a los flechazos y amores a primera vista, y las vacaciones y sus circunstancias lo facilitan aún más. En cualquier caso, protegidos por el anonimato que confiere el encontrarse en un lugar distinto al habitual que facilita ser más desinhibido, tanto jóvenes como adultos caen rendidos ante el poder de Cupido.

Aunque el amor duradero sigue siendo posible. Lejos del «contigo hasta la muerte», pero con fórmulas más pragmáticas, (y no por ello menos sentidas), como la inteligencia, la capacidad de trazar estrategias afectivas y de convivencia, la sinceridad y hasta las más placenteras secuelas de la revolución sexual consiguen perpetuar una relación.

Y es que una vez pasada la fase pasional inicial, la perfecta conjunción entre responsabilidades y obligaciones compartidas, en beneficio de la pareja, constituirán la base y el fundamento que permitirá confeccionar una vida a dos. Así pues, las claves para transformar un romance fugaz en uno estable serían evitar la rutina, afrontar las dificultades en común, dialogar, compartir amistades y aficiones y mantener la intimidad de la pareja.