Cuando pintan los niños
Siempre me ha fascinado la pintura que realizan los niños. Me asombra su grata disposición por pintar un mundo cargado de emotividad, estética e imaginación desbordada. En sus trazos, descubro una visión inusitada y alegre del mundo que nos rodea.
Cuando dibujan una casa, o un barco, con sencillez, no respetan científicos alineamientos, las profundidades paisajísticas, y mucho menos la perspectiva.
Si pintan un perro le colocan el nombre al lado para evitar que «los ciegos de siempre» vengan a preguntarle qué cosa es dicho garabato.
Los niños pintan con la espontaneidad del corazón, y no con la razón de los ojos, y eso es demasiado para uno, que de adulto trata de hacer todo al dictado de esa jauría que son la razón, la responsabilidad y la madurez.
Los niños pintan con una fantástica e irrazonada frescura que ya quisiera uno tener en la vida.
Quiero aprender de los niños esa inigualable anarquía al momento de trazar líneas y mezclar color sin tantos protocolos plásticos, de pintar con esa espléndida sensibilidad del corazón.
No es fácil...
Lo hago para encontrar el paraíso perdido de la espontaneidad y la sencillez.
Ya lo escribieron Saint-Exupery y Jairo Aníbal Niño:
«Todos los mayores han sido primero niños, pero pocos lo recuerdan.»
«Los niños son los hermanos gemelos de los poetas, y ellos todo el tiempo nos enseñan que la realidad va más allá de la apariencia.»