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Cuando vuelva a Cuba


Soy de esa extraña estirpe de cubanos
que no tenían tierras, ni dinero,
ni edificios, ni fábricas,
ni oro molido en los ingenios...

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el ancho muro de mi Malecón,
donde yo iba a soñar mis terribles insomnios habaneros.
O me sentaba a contemplar el agua:
húmeda pared que ahogaba mi silencio
y le vedaba el Norte a la impotencia
de encontrar libertad en el aire extranjero.

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el Carnaval de Oriente,
con su tambor y su aguardiente nuevo;
con sus mulatas de cintura ágil
y sus farolas de cintura al viento.
Donde el escándalo se hacía música
por el milagro oscuro de unos dedos
que le arrancaban al tambor
un tridimensional temblor de espejos.

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
aquella risa de la gente humilde
que se metía hasta en los mismos huesos;
aquellos gritos de la abuela
que llevaba a la escuela un mar de nietos;
aquel «hasta mañana»
de las noches con luna en el alero,
y aquellos «buenos días»
con el sol cocinándonos el pelo.

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el pregón que violaba los balcones,
el pulso busca vida de mi pueblo,
las ventas en la calle de Muralla,
el peculiar silbato del cartero,
el ruido de tacones del Paseo del Prado
y el Capitolio Nacional con su brillante adentro.

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
el beso azul del mar transmutado
en la luz de Varadero,
playa que, más que playa,
se merece otro nombre: Privilegio.
Lugar único del planeta
donde los hombres pueden tocar el cielo.

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
una tumba en Oriente,
la del Martí poeta y habanero,
y una tumba en La Habana,
del soldado oriental que fue Maceo;
el Parque de Máximo Gómez,
donde vive a caballo el Chino Viejo,
y el cañonazo de las nueve,
que sacaba a los novios del éxtasis del beso.

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
la esbeltez linajuda de mis palmas,
-vírgenes sin destierro-.
Y los verdes gigantes en cuclillas
de mis mogotes pinareños.
Y los ríos, música mojada,
sinsontes amarrados a los cauces inquietos,
y los lagos, donde las truchas
herían el paisaje saltando hacia el almuerzo...

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
hasta la Ciénaga de Zapata,
que aunque era improductiva, era mi suelo;
los tinajones rigurosos de un Camagüey
agrícola, señorial y alfarero.
Algo más quiero que me devuelvan:
aquel rezo que nunca le escuchó
la Virgen oriental a mi rebelde juventud de ciego.

Cuando yo vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan, por ejemplo,
la historia real de los antepasados
que le hicieron una patria de azúcar y de acero.
Será el orgullo de mis hijos,
la complacencia, acaso, de mis nietos,
y la risa criolla de mi Magda
llenará los arcones del ancestro.

Sí, cuando vuelva a Cuba,
quiero que me devuelvan todo eso,
y además, otra tierra que no es mía,
aunque yo soy su dueño.
Es un latifundio microscópico
que sufre en el tendón de mis recuerdos:
una cruz de madera,
y más de medio siglo de silencio,
donde está vivo el polvo abandonado de mis padres
ya desaparecidos del planeta y que viven en mi recuerdo...