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Padre bueno o buen padre


Quizás has oído la historia de algún antepasado tuyo, tal vez tu papá o abuelo, y sobre lo difícil que se las vieron cuando se casaron, sin dinero y sin ayuda. A mí me ha tocado, y los oigo hablar de ese pasado con cierto orgullo por salir adelante solos con su valor y la ayuda de su cónyuge. Son matrimonios sólidos, basados en su amor por el otro y en la convicción de que toda empresa que se quiere sacar adelante implica esfuerzo, y no hay empresa más grande ni más difícil que un buen matrimonio.

Uno podría pensar que si estas personas vieran a algunas de las parejas que se casan ahora, con la casa puesta, el carro en la puerta, el negocio instalado y toda su vida resuelta, dirían que les tocó la mejor época. ¡Pero nada más lejos de esto! Los que pasaron por épocas difíciles salieron adelante, no quieren olvidar su pasado, sino por el contrario, sienten que fue la base que cimentó lo que han logrado, tanto en lo material como en lo espiritual.

No te quiero decir con esto que fue su mejor etapa, pero sí necesaria. Empezaron solos, con lo que podían en ese momento, sin espejismos, ni subsidios y, aunque esto les causó incomodidades y privaciones, no tomaron una actitud negativa, porque sabían que se tenían el uno al otro. Además, le encontraron un sentido a su sufrimiento, palabra inadmisible en nuestros tiempos. Y gran parte de la culpa es de los papás. Como siempre -me incluyo-, no queremos que nuestros hijos pasen incomodidades.

Desde niños los dejamos en la puerta de la escuela para que no caminen, les simplificamos todo para que no batallen y les dejamos muy claro el mensaje: «sufrir y batallar no tiene sentido». Después, cuando estos niños se casan, los papás les quieren resolver hasta el último detalle. Si no podían ir de luna de miel a una playa extranjera, no importa, sus papás les pagan el viaje. Si no podían vivir más que en un apartamento pequeño, no importa, sus papás les pueden pagar una casa o un apartamento grande. Si sólo podían tener un carro para los dos, aprendiendo a compartir y a ceder, no hay problema, sus papás les regalan otro para que no se agobien.

Por querer hacerles el camino fácil, se los hacen cada vez mas difícil, porque llegará un momento en que papá y mamá ya no estarán allí, o si están, no podrán resolver otros problemas más serios. Son estos niños jugando a casarse quienes, a la primera dificultad en su matrimonio, deciden mandarlo todo a volar, porque luchar por sacarlo adelante cuesta mucho trabajo y ellos no están acostumbrados a luchar. ¿Para qué? si todo se les ha dado siempre sin hacer esfuerzo.

En el libro The road less traveled (El camino menos viajado) de M. Scott Peck, se comenta que la vida es difícil, y una vez que lo sabemos, entonces deja de serlo. La vida es una serie de problemas. Aceptándolos y resolviéndolos es como el individuo crece. He ahí la importancia de que nuestros hijos aprendan a resolver sus propios problemas.

Tal vez estés pensando que eso de resolver los problemas de los hijos sólo pasa en las familias acomodadas, que son las únicas que se pueden dar el lujo de mantener otra familia además de la suya. Pero, excluyendo a los que se encuentran en extrema pobreza, se asustaría si supiera cómo ayudan los papás de todo tipo de estratos sociales a sus hijos a no sufrir.

Si estuviéramos conscientes del daño que hacemos a nuestros hijos al leerles el pensamiento y cumplirles todos sus caprichos, estoy seguro de que no lo haríamos, pero a veces sentimos que es nuestro deber y otras veces queremos que tengan todo lo que nosotros no tuvimos.

Un amigo me comentaba que fue a una cena y un sacerdote les dijo a los ahí presentes (en su mayoría jóvenes matrimonios de muchachos emprendedores), que les estaban dando a sus hijos demasiadas cosas. Uno de ellos le contestó que simplemente querían que sus hijos tuvieran todo lo que ellos nunca pudieron tener. El sacerdote les dijo: Ustedes tienen lo que tienen, precisamente por lo que no tuvieron.

Vuelvo a lo mismo, estos niños mal acostumbrados son pésimos a la hora de sacrificarse. Y no me refiero a un gran sacrificio, sino a algo tan simple como ceder en la convivencia diaria. En un matrimonio siempre hay prioridades a la hora de comprar algo. ¿De quién serán las prioridades? ¿de él? ¿de ella? Si ninguno acostumbra prescindir de lo que le gusta, ¿cómo lo harán? En el mejor de los casos, aprenderán a estirar, aflojar y batallar antes de llegar a un acuerdo. Pero, si el egoísmo está tan arraigado que no hay manera, ¿entonces qué? Llega el divorcio, claro, por incompatibilidad de caracteres, y se acabó. Asunto arreglado.

Desgraciadamente, la incompatibilidad de caracteres es nada menos que la imposibilidad de convivir con los demás, sólo que con el cónyuge se nota mucho más, porque allí sí viven juntos. Eso sólo viene del egoísmo, y éste viene de estar acostumbrado a ser el centro de atención, a que la vida gire a su alrededor, y eso, desgraciadamente, se enseña en la casa, en donde se prepara a los matrimonios del futuro.

Así que, la próxima vez que su hijo tenga algún problema, ayúdele si quiere, pero no se lo solucione. No lo subestime, le aseguro que saldrá adelante. Esto será una gran ayuda para su futuro yerno o nuera. Ellos se lo agradecerán.

Padres buenos hay muchos; buenos padres, hay pocos. No es difícil ser un padre bueno, en cambio, no hay nada más difícil que ser un buen padre. Un corazón blando basta para ser un padre bueno pero la voluntad más firme y la cabeza más clara son todavía poco para hacer un buen padre. El buen padre dice sí cuando es sí y no cuando es no. El padre bueno sólo sabe decir sí. El padre bueno hace de su niño un pequeño Dios que acaba por convertirse en un pequeño demonio.