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Es el ataque la mejor defensa


Ser atacados significa una amenaza para nuestra supervivencia, por lo que decidimos contra-atacar para defendernos. Esto es la guerra. Cuando nos sentimos criticados o juzgados por otros, también utilizamos esa «lógica de guerra» y automáticamente nos defendemos contra-atacando. Lo hacemos en nuestras relaciones, incluso con las personas que más queremos. Aprendimos un modo de comunicarnos basado en «reglas de combate»; pero las conversaciones no son guerras.

Si bien necesitamos establecer algunos límites ante un abuso verbal, nos ponemos «en guardia» demasiado pronto. Aunque ciertos comentarios puedan herir, podemos «pacificar» nuestras comunicaciones si renunciamos a la idea de vencer a la otra persona y defendernos de sus palabras. Podemos comunicar a nuestro interlocutor cómo nos sentimos y qué percibimos sin tratar de probar nuestro punto, desacreditar el suyo, o justificarnos. Esto se logra buscando más información y haciendo sentir segura a la otra persona.

Intentemos averiguar aquello que nos molesta o hiere. Al hacer preguntas (simplemente por curiosidad y sin tratar de controlar la respuesta) la otra persona se abre. Las preguntas son el mejor «desarme» en las comunicaciones. Por ejemplo en una pareja, si uno de los miembros dice algo que ofenda al otro, inmediatamente se dispara una reacción contra-ofensiva. Así, comienza el juego de ataques y contra-ataques: «¿Por qué antes de criticarme no te miras al espejo?», etc..

Cuando necesitamos probar que nuestro interlocutor es tan malo como nosotros -o peor- estamos participando de una pelea por el Poder. En cambio, si escuchamos el comentario -por más agresivo que suene- y decidimos «optar por la paz», no tendremos que tomar represalias ni intensificar el conflicto. Podemos preguntarle a la otra persona con sincera honestidad: «¿Qué te molesta realmente y cómo piensas que puedo ayudarte?»

En las familias, es muy común que una persona se comporte como victimario (y otra como víctima) y se asuman roles de inocencia o culpabilidad. Estas relaciones están también basadas en un modelo bélico. Por ejemplo, algunos niños -desde muy pequeños- atacan verbalmente a sus padres: «Sabes que odio la leche pero me obligas a tomarla», «Nunca me dejas hacer nada», «Es tu culpa que no pueda ir», etc. Si respondemos al ataque del niño asumiendo la culpa, terminaremos aceptando la crítica e incluso disculpándonos. En cambio, podemos no dejarnos intimidar por el comentario: «Si no te gusta la leche, dímelo con respeto», «Discutiremos el asunto cuando dejes de hablar groseramente». De esta forma, no sólo evitamos profundizar el conflicto, sino que le enseñamos a expresar todo aquello que necesita y siente sin acusar. También ganamos autoridad, al responder firme y calmadamente cuando alguien nos hiere.

En las relaciones laborales, la calidad de nuestro trabajo depende -muchas veces- de la manera en que los demás hagan el suyo. Así, cuando recibimos críticas, es normal justificarnos diciendo que los demás causaron el problema. Este tipo de comentarios es una abierta «declaración de guerra». En lugar de asignar culpas -o dar excusas- podemos hacer preguntas como «¿Qué sugieres que haga diferente?» , «¿Sabías que tengo que recibir el material de Andrea antes de terminar? Si no lo recibo a tiempo, ¿cómo te parece que lo maneje?».

Para saber cómo el supervisor -o los colegas- perciben nuestra actitud, podemos continuar preguntando: «Usted me dice que no debí haber criticado el trabajo de Andrea, ¿sugiere que debí aceptarlo de cualquier manera?» , «¿Piensa que no debí criticarlo en absoluto, o que no debí hacerlo del modo en que lo hice?», «¿Cómo puedo hacerle saber que los plazos necesitan mejorar?»

Si nuestra respuesta a la crítica busca reunir más información, ganaremos respeto profesional y ayudaremos -a la otra persona- a reflexionar sobre la crítica efectuada. Cuando nuestro interlocutor se abre, podemos expresar nuestras propias respuestas sin mostrarlas como defensas. Podemos averiguar aquello que le molesta, para evitar hacer referencia a eso. En resumen: podemos mostrarle cómo respondemos a sus mensajes, para minimizar el conflicto.

Para muchos, responder a una crítica sin ponerse a la defensiva significa mostrarse «indefenso». Pero el ataque es la peor defensa, porque nos vuelve más cerrados, intolerantes y ásperos en nuestras comunicaciones. Recuerda: no hay guerra que ganar, ni enemigo que vencer. Si aprendemos a responder a un ataque verbal sin otro ataque, lograremos comunicaciones mucho más efectivas.