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Paco Stanley - El padre


Oye negra, ¿te puedo hablar?
Ya los chicos se han dormido,
así que, así que deja el tejido
que después te equivocas.

Hoy te quiero preguntar
por qué motivo las madres
amenazan a sus hijos
con ese estribillo fijo
de ¡Ah, cuando venga tu padre!

Y con tu padre de aquí,
y con tu padre de allá,
resulta de que al final,
al verme llegar a mí,
lo ven entrar a Caín,
y escapan por todos lados.

Y yo, que vengo cansado
de trabajar todo el día,
recibo de bienvenida
una lista de acusados.

Tú empiezas con tus quejas
y yo tengo que enojarme,
igual que hacía mi padre
al escuchar a mi vieja;
entraba a fruncir la ceja
apoyando a ese fiscal,
que en medio del temporal
se erigía en defensora,
lo mismo que tú ahora,
que siempre me dejas mal.

Si los perdono, ¡qué ejemplo!
¿es así como los educas?
Si los castigo, ¡eres bruto!
¡no tienes sentimientos!

A mí, a mí que llegué contento,
y no tuve más remedio
que poner cara de serio
y escuchar tu letanía.

A mí, a mí que me paso el día
pensando en jugar con ellos.
Yo sueño en llegar a casa
y olvidarme felizmente
del trabajo, de la gente,
y de todo lo que pasa.

Los hijos son la esperanza
y el por qué de nuestras vidas.
Por eso nunca les digas:
¡ah, cuando venga tu padre!

No quiero encontrar culpables,
quiero encontrar alegría,
que no me pongas de escudo
como lo hacía mi madre,
que consiguió que a mi padre
lo imaginara un verdugo.

Él llegaba, y te aseguro,
que se acababan las risas,
y en lugar de una caricia,
o hablarle como a un amigo,
lo miraba compungido
presintiendo una paliza.

Y el pobre, que me entendía,
sacudiendo la cabeza,
escuchaba con tristeza
lo que mi madre decía,
y que él, y que él de sobra sabía:

«Que con éste no se puede,
que me pinta las paredes,
que trajo las suelas rotas,
que la calle, la pelota,
que me saca canas verdes...»

¡A la cama sin cenar!
Aburrido me ordenaba,
mi madre me consolaba,
y yo, y yo lo culpaba a él,
a él que había llegado
recién de trabajar, cansado,
y ya lo había yo amargado
con todas mis travesuras.

Los hijos nunca analizan
el sentimiento del padre,
porque el brillo de la madre
es tan fuerte, que lo eclipsa.

Sólo le hacemos justicia
cuando nos toca vivir
a nosotros su problema.

¡Ay, si mi padre viviera!
¡qué recién lo comprendí!
¿Y por qué nunca me dijo
lo mucho que me quería,
si hoy yo sé cuanto sufría
al ver enfermo a su hijo?

¿Por qué me miraba fijo
el primer pantalón largo?
Y sé, y sé que, hasta me habrá besado
cuando yo estaba dormido.

Hoy que todo lo comprendo,
¿por qué no estás a mi lado?
¿Por qué no estás ahora
para besarte bien fuerte,
viejo lindo, y ofrecerte
mi cariño a todas horas?

Ves a tu hijo que llora,
pero llora con razón,
porque te pide perdón
pensando en aquellos días,
en que ciego no veía
que eras puro corazón.

Déjame, negra, que llore,
¡es tan lindo desahogarse!
En fin, veamos,
veamos qué hacen
nuestros futuros señores.

Mira esos pantalones...
Tápale un poco a la nena.
Sí, sí, ya sé, no me lo digas,
hoy se fue a la calle sola...

Acuéstate, rezongona,
mañana, mañana será otro día.