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Reflexión de Navidad


Navidad, palabra que engloba alegría, reconciliación, paz, amor. Eso es la verdadera Navidad. Miro a mi alrededor y veo al mundo enloquecer por la preocupación de la Navidad, y pienso: ¿Cuándo perdimos el verdadero sentido de lo que es la Navidad? ¿En qué momento nos desviamos de esa maravillosa energía?

El mes de Diciembre siempre ha tenido la connotación amorosa, la representación del renacer del ser inmutable y sereno, pero el individuo humano se ha dado a la tarea de hacer de este tiempo un tiempo de mercadeo, de peso, de conflicto, de tristeza, de dolor por no poder dar a los míos una representación tangible de mi afecto.

Realmente esto no es así. El amor no tiene representación tangible, porque el amor se entrega a través de un abrazo, de un beso, de una caricia. Nosotros hemos etiquetado el amor en una joya, en un vestido, en un juguete... Es por ello que la Navidad ha perdido su sentido.

La unión familiar no se expresa de la manera adecuada. Estamos en unión pero no lo estamos. Nuestros niños tienen los juguetes pero no tienen los padres que jueguen con ellos porque están ocupados en sus conversaciones de adultos. Los niños se meten en sus mundos de juegos y sus padres en sus mundos de adultos y la familia va tomando una connotación de tú en tu mundo y yo en el mío. Una separación, una división. Creemos mantener una vida perfecta, y en el momento menos oportuno nos damos cuenta que ya no tenemos nada, que estábamos caminando solos en la vía, que los demás se quedaron atrás o yo me quedé atrás. El egoísmo es el que marca el sendero.

Todo esto es parte del deterioro de nosotros mismos. Vinimos a un mundo a crearlo en amor y, nos hemos perdido en una destrucción de valores. No existe el respeto de los espacios entre nosotros, la libertad se ha confundido y el niño se siente abandonado y recurre a algo que llene su tiempo.

Levanta tu mirada al cielo y observa las nubes pasar con la brisa, siente la brisa mover tus cabellos, observa el verdor de las montañas, el color de las flores, el aroma de la tierra mojada, el baile de los árboles con la brisa, la roca que a pesar que no se mueve se hace sentir. Todo esto nos lo dieron para cuidarlo. Y nosotros ¿qué estamos haciendo con ellos? Somos ciegos hasta que vemos que en el plan humano nada vale la pena hacer sino hace al hombre. ¿Por qué construir ciudades gloriosas, si el hombre mismo sin construirse queda? En vano construimos el mundo, si el constructor no es construido.

¿De qué nos valen centros comerciales hermosos, si nuestros hijos están derrumbándose ante las drogas, el alcohol y los videojuegos? ¿De qué nos vale desarrollo si en nuestros corazones nos endurecemos y dejamos de percibir la belleza del amor y la unión familiar?

Los grandes líderes son los que entienden que su responsabilidad número uno es con su propia disciplina y desarrollo personal. Si no te diriges a ti mismo no podrás dirigir a los demás. Nadie puede llevar a otros más allá de lo que se ha podido llevar a sí mismo, no trates de decirle a tu hijo que no consuma licor si tú tienes un vaso en la mano, no trates de sacarlo de las drogas con un cigarrillo en tu boca. Da el ejemplo. Que esta Navidad sea tu propósito el comenzar a construir una verdadera familia, que el tiempo sea compartido entre tus responsabilidades laborales y la responsabilidad de tu hogar, que tu vida deje de ser tan monótona y fría y se llene de paz y calor a través del amor incondicional a los tuyos y a los que te rodean.

Es mi intención que en esta Navidad todo aquel que necesite el amor le sea entregado a través de un abrazo y un beso, que no se quede ningún niño sin el amor de sus padres. Reconcíliate contigo mismo, entrégate y sé como realmente eres: esencia pura de amor divino.