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Reflexiones sobre la felicidad


Cuando una persona celebra algo, llegamos todos los familiares y amigos a la fiesta cargados de regalos, flores y sonrisas, la abrazamos y le deseamos... ¿«Felicidades» (en plural) dicen? ¿Pero es que existen entonces diversas clases de felicidades? Y si es así, ¿cuántas y cuáles son?

Evidentemente así es, por lo que se ve. Y para estudiar bien y responder a esa pregunta, los invito a que vayamos juntos a hacernos las siguientes... reflexiones sobre la felicidad, inspiradas en pensamientos y frases que he leído o escuchado aquí y allá a través de mi vida, y en mis propias reflexiones, o «las felicidades»...

Si así lo prefieren léanlo lentamente y sin prisas, como si fueran suaves gotitas de filosofía, cuando tengan tiempo. No hay ningún apuro.

¡Ah, la felicidad! Si no puedo tenerte, déjame, al menos, soñarte; o por lo menos, pensar, hablar y escribir de ti.



¿Pero qué es la felicidad? ¿Y cómo se consigue? ¿En qué consiste? ¿Por qué es tan buscada? ¿Hay alguna fórmula para lograrla? ¿Cuál es el camino para encontrarla?

Yo intuyo que... la felicidad es una variedad de factores sencillos que lo cubren todo en conjunto: tranquilidad de espíritu, amor, salud, familia, amigos, afectos, armonía, un techo, bienestar. Y sobre todo, muchas satisfacciones. No hay que confundir la infelicidad con la insatisfacción, pues son distintas. Y para remediar la primera hay que erradicar la segunda. ¡Totalmente!

No existe ninguna fórmula para la felicidad... a menos que nosotros mismos la inventemos. Pero si la hubiese, sería parecido a esto: «La dicha no consiste en hacer siempre lo que queremos, pero sí en querer lo que hacemos.» No consiste tampoco en vivir sin problemas, sino en saber convivir con ellos sin que afecten a nuestra capacidad de disfrutar la vida.

Los problemas son parte de la vida diaria y no deben interferir con nuestra tranquilidad. Son inevitables. Si tienen solución, hay que aplicarla; y si no tienen, hay que resignarse y procurar soslayar la situación sin que interfiera ni amargue nuestro día. Preocuparse de más no soluciona el conflicto.

Parece sencillo, y sin embargo... ¡Cuánto trabajo nos cuesta entenderlo!

La fórmula de la felicidad nunca es exacta ni es una sola. Es la que formulamos o escogemos nosotros mismos. Es la teoría que cada quien cree poseer, la versión que a cada cuál le acomoda y la interpretación que a cada quien le satisface. Es así de sencillo.

En efecto, no somos felices en tanto no decidamos serlo, pues gran parte de nuestra dicha no depende de lo que sucede a nuestro alrededor, sino de lo que sucede dentro de nosotros mismos. Y así, a nadie se le puede recetar el mismo tratamiento ni darle a tomar la misma medicina.

En síntesis, la felicidad no tiene recetas: cada quien la cocina con el sazón de su propio gusto. Es obvio que la felicidad es, por lo tanto, un estado de la mente con un sabor único y personal. Ojalá que la receta pudiera ser genérica y de alguna manera ser transmitida a los demás. Que pudiera ser «contagiada,» invitándonos a saborear el delicioso platillo que ya hubiese sido cocinado por otros. ¡Pero no es así!

La verdad es que ningún hombre es feliz a menos que crea serlo. Y más aún: que esté convencido de que lo es. Pero contradictoriamente, la gente más feliz parece ser la que no tiene motivo especial para serlo. Es feliz sin saberlo. Simplemente lo es, y ya. Eso es porque la verdadera felicidad cuesta poco. Si es cara, no es buena. No es auténtica. Probablemente es una medicina adulterada.

En este mundo, la felicidad, cuando llega, lo hace incidentalmente, sin avisarnos y sin buscarla. Si la perseguimos, nunca la alcanzamos. En cambio, al ir en pos de otro anhelo puede ocurrir que nos encontremos frente a ella cuando menos lo esperábamos. Y viéndolo bien... ¡eso es asombroso!

El hombre feliz es sencillo, sensato, moderado, sincero y optimista. No se queja ni se incomoda con facilidad. Sonríe siempre, cambia poco de lugar y ocupa poco espacio. Canturrea o silba tonadillas populares. No requiere de gran cosa y disfruta de vivir con la sencilla comodidad de lo indispensable. ¡Y lo más sorprendente de todo es que tal vez ni siquiera se da cuenta de lo feliz que es!

«Yo sé que soy feliz porque a veces se me olvida.» Sócrates.

Así es, en efecto. Es fácil comprobar que no es más feliz el hombre que tiene la camisa más cara y los zapatos más finos, sino el que quizá anda descalzo y ni camisa usa, y así es feliz.

Hay que recordar que la puerta de la felicidad se abre hacia adentro, por lo que hay que retirarse un poco para dejar que entre sola y libremente. No intentemos forzarla. Si la empujamos, la cerramos cada vez más.

Es necesario aceptar que no somos ni los más felices ni los más infelices de la tierra. Esto es muy importante. Nada en la vida es irremediablemente trágico ni dulcemente perfecto. Todo tiene sus sinsabores y sus recompensas. Vean ustedes que hasta una lágrima, al resbalar por la mejilla, hace cosquillas. Hay que meditar esta irrebatible verdad: El agobiarse, el desesperarse o el preocuparse exageradamente no soluciona el problema.

Hay que descubrir las pequeñas cosas que nos brinda la vida y que nos dan felicidad: los primeros rayos de luz de un amanecer, el canto de un pájaro, el aroma a tierra mojada en el campo, las notas melodiosas del adagio en una sinfonía, una temblorosa gota de rocío sobre un pétalo, el oleaje acariciando la arena, la sonrisa de un niño. O sea, el regalo sutil e incomplicado de lo cotidiano, la armonía de lo natural.

La felicidad no es un trofeo ni una meta triunfal a la que se llega victorioso después del arduo viaje, sino más bien es una actitud, una forma, un sistema de viajar. No es el final del camino después del largo recorrido, sino la capacidad para apreciar el viaje en sí, el cual quizá estuvo lleno de momentos dichosos que no supimos reconocer ni apreciar a su debido tiempo. ¡Y ya no es posible dar marcha atrás!

Las cosas que más nos gustan en la vida y nos hacen más felices son las sencillas, las que nos gustan sin saber por qué. Eso es un hecho, y generalmente no cuestan nada, son gratis. Pero no por eso deben pasar desapercibidas, y mucho menos debemos menospreciarlas. Hay que percibir su vaporosa presencia y sentir cómo flotan suavemente a nuestro lado.

Sí, hay que detenernos frecuentemente y darnos cuenta de las maravillas que tenemos a nuestro alrededor. Y no nos abstengamos de suspirar y decir convencidos, con una sonrisa en los labios: «No puedo negar que soy feliz». Y dejemos que se nos humedezcan los ojos sin avergonzarnos.

La sencillez parece ser un factor básico entre las personas que son felices. Lo complicado, lo elaborado, lo rebuscado y lo artificial no favorecen ni contribuyen a obtener la felicidad, según conclusiones de los especialistas. En realidad «la sencillez es un tesoro tan preciado que pocas personas se pueden permitir el lujo de poseer.» Esto es una paradoja que es necesario releer para captarla bien.

Así es. Con la felicidad ocurre lo mismo que con las maquinarias: las más sencillas y menos complicadas son las más baratas, las que mejor funcionan y menos se descomponen.

Por salud mental y para nuestro bien, podemos aprender a querer desinteresadamente y a perdonar, pues eso nos aproxima al ideal que buscamos. No hay que ser rencorosos. Si encerramos nuestro odio dentro de nosotros mismos es como si le pusiéramos un candado a nuestra alma y olvidáramos donde dejamos la llave.

Así pues, no abriguemos sentimientos negativos en nuestra alma. La envidia, el odio, la ira y el rencor son ácidos tan corrosivos que le hacen más daño al recipiente que lo contiene que al objeto sobre el que se derrama. La actriz Ingrid Bergman dijo una vez: «La felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria.» En efecto, entre más recuerdos tristes tengamos, más puertas le estaremos cerrando a nuestra dicha, pues no hay felicidad que no tenga dolor.

Desconfíen de quien asegura haber hallado la felicidad total, pues la perfección no existe. Es algo que constantemente se busca y a veces se alcanza a descubrir escondida, agazapada bajo el humilde esbozo de lo trivial. Quizá ahora mismo está ante nuestra vista... ¡y no nos hemos dado cuenta!

Frecuentemente la felicidad es fugaz, efímera y volátil, como un pájaro que de pronto llega, se posa en nuestro hombro, canta y levanta el vuelo. Y sólo Dios sabe en qué otro momento volverá. Hay que aprovechar ese lapso, ese corto instante, ese glorioso momento, y darse cuenta que está ahí. ¡Hay que consentirlo y disfrutarlo antes de que vuele lejos y desaparezca!

Hay que darse cuenta que cuanto más felices son los tiempos, más pronto pasan; y entre más intensa es la felicidad, menos dura. Por lo tanto, hay que aprovecharla y gozarla al máximo mientras la tengamos entre las manos. ¡No la dejemos ir!

Por otra parte, la felicidad no debe ser el exclusivo objetivo de nuestra vida, sino una consecuencia de la misma. Es como nuestra propia sombra: huye cuando vamos tras ella con el sol a nuestra espalda, pero... nos sigue cuando caminamos frente a su luz.

Finalmente, observen que la alegría compartida es una alegría más sana, intensa y duradera, y derrama más satisfacción porque crece y se multiplica a medida que se esparce. O sea, que una persona es más feliz entre más puede compartir su felicidad con los demás, y crece proporcionalmente a medida que la reparte entre los que lo rodean.

Apégate a tu familia y disfruta de los más bellos momentos de la vida. Es el tesoro más valioso, el que siempre te brindará la suprema felicidad.

No olvides que tu hogar puede sustituir al mundo. El mundo jamás sustituirá tu hogar.



Conclusiones.


Indudablemente nos proporcionará paz y tranquilidad recordar estos preceptos que habría que aprender y aceptar: Que siempre es más lo que tenemos que lo que nos falta. Que nada en nuestro paso por este mundo es tan importante. Que estamos mejor que si estuviéramos peor.

Luego entonces... eleva las manos al cielo y acepta los dones que te ofrece. Mantén la unión familiar. Disfruta de la existencia ¡y empápate de la alegría de vivir!

Finalmente, al estar convencidos de que en verdad somos felices, que tenemos todo lo necesario y que realmente hemos recibido más de lo que merecemos, no estaría por demás que levantáramos la vista al cielo y diéramos gracias a Dios. ¿No les parece? Estoy seguro de que Él lo vería con agrado.

Luego entonces... no se preocupen por buscar afanosamente la deseada felicidad, que sola llegará. Simplemente mediten, distráiganse, anímense, disfruten de la vida y... ¡sean felices!

Ése es mi deseo ferviente y sincero.

Francisco Arámburo Salas